El desplome de los precios petroleros

Por Alfredo Schmilinsky Ochoa*

Alfredo Schmilinsky Ochoa

Alfredo Schmilinsky Ochoa

Total, como era de esperarse, la reunión de la OPEP que acaba de realizarse en Viena para discutir la estrepitosa caída de los precios de los hidrocarburos, terminó en lo que debía terminar: en nada. O sea, en mantener el mismo techo de producción que ha favorecido precisamente el derrumbe de las cotizaciones del petróleo. Lo que viene a decretar de una manera ya oficial, y bajo los armoniosos acordes de un hermoso vals vienés, la defunción del cartel petrolero. En el artículo «Tiempos de vacas flacas», ya habíamos advertido, antes del viaje del ministro Ramírez a la ciudad europea, acerca de la desaparición de hecho de ese organismo, pero ahora, después del fracaso de esa reunión, donde Venezuela salió con las tablas en la cabeza, esa desaparición ya no es de hecho o virtual sino oficial. Oficialmente la OPEP ha dejado de existir.

¿Era muy difícil prever los resultados obtenidos en ese cónclave? Desde luego que no, y eso por lo siguiente: Arabia Saudita había sido siempre dentro de la OPEP uno de los países que más se había distinguido por la defensa a ultranza de los precios del petróleo. Al punto de ser el que más dispuesto estaba en todo momento a hacer los mayores sacrificios, con tal de lograr este objetivo  estratégico. En este sentido, había sido siempre uno de los primeros en dar la voz de alarma cuando algún miembro díscolo del organismo quería sobrepasarse, o cuando por los vaivenes propios del mercado surgían situaciones que amenazaban la estabilidad de los precios. Para confirmar esto conviene recordar que la producción de ese país, antes de oponerse sorpresivamente a los acuerdos de la OPEP en materia de producción, era de 6 millones de barriles diarios. Y eso a pesar de que su capacidad de producción sobrepasaba los ll millones. También habría que tomar en cuenta la forma tan excesivamente amistosa y cordial con la que las autoridades de ese país  recibían a Chávez cuándo éste, faltando poco para hacerse cargo de la presidencia de la República, viajó  a la zona del Golfo Pérsico. El propósito de ese periplo fue convencer a los integrantes de la OPEP de que tan pronto asumiera la primera magistratura de nuestro país, Venezuela iba a respetar los acuerdos del cartel petrolero, tan descarada y sistemáticamente violados por Rafael Caldera, y volver al sistema de cuotas. El entusiasmo de estas monarquías fue tan desbordantes que, al margen de las rígidas normas del protocolo, abrumaron a Chávez, no sólo de obsequios y atenciones, sino que además lo invitaron a dar un paseo en camello por el «desierto de Sahara», como dijo una periodista, y, por si faltara algo para halagarlo, le obsequiaron uno de los mejores pura sangre de carrera de la cuadra del rey saudí.

Sin embargo, ahora, contrariando toda una tradición de defensa de los precios, Arabia Saudita y los demás reyezuelos del Golfo, violando flagrantemente los acuerdos de la OPEP en materia de cuotas, han elevado la producción, el primero de los nombrados, por encima de los 9 millones de barriles diarios, lo que ha traído consigo el derrumbe estrepitoso de los precios. ¿Qué quiere decir esto? Que ha decidido ignorar la OPEP y actuar al margen de sus resoluciones. No tiene otra lectura.

Ante esta situación, cabría preguntarse qué ocurrirá con el mercado de este producto. La primera consecuencia que se nos ocurre es que no habiendo nada que regule o restrinja la  producción de petróleo, cada país quedará en libertad de producir lo que mejor le parezca. Y no sólo por un simple capricho sino en virtud de la imperiosa necesidad de preservar y defender sus clientes, los cuales estarán permanentemente amenazados por la sobreproducción de los demás competidores. Éstos, obligados a colocar una producción que sobrepasa la capacidad de consumo de sus clientes tradicionales, buscarán invadir mercados que no son suyos sino privativos de otros productores. Es decir, para no andar con rodeos ni con eufemismos, que se desatará una guerra por el predominio del negocio petrolero a escala mundial.

Y aquí viene la segunda pregunta: ¿qué consecuencias podría tener una guerra de este tipo? Primero, la inundación de los mercados de los hidrocarburos. Es decir, se produciría una  sobreoferta que sin duda tendría una incidencia negativa en los precios, los cuales en muchos casos hasta podrían rondar los costos de producción. Pero como los precios son el principal, por no decir el único, atractivo para los magnates del petróleo, al caer estos precios por debajo de sus expectativas, perderán todo interés en continuar en el negocio, pues es un axioma incontrovertible que nadie invierte y trabaja para perder. Y así veremos refinerías y taladros paralizados y una aguda escasez de combustible que más temprano que tarde, en virtud de las inexorables leyes del mercado, hará que sus precios se disparen de nuevo. Ante este escenario ¿cuál  debe ser el papel de los países no miembros de la OPEP si quieren sobrevivir? Pelear, aceptar el reto de los esquiroles del Golfo y atizar la guerra abriendo al máximo los grifos para inundar aún más el mercado.

Es en esto en lo que debe andar el ministro Rafael Ramírez, en tratar de elaborar, junto con los productores independientes, una estrategia que sea capaz de contrarrestar la conspiración contra los precios del petróleo, y no andar cabildeando y haciéndoles antesalas a los promotores de la ofensiva contra la OPEP, pues nadie mejor que él sabe que eso no le podía dar ningún resultado, al menos favorable. Ramírez, por tratar de defender la unidad de un organismo que ya no sirve a los fines para los cuales fue creado, «fue por lana y salió trasquilado». Una humillante derrota diplomática que el país no debió haber sufrido.

*alfredoschilinsky@hotmail.com